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Foto del escritorNicolás Reyes

Agua bonita y el pato, impresiones de los ETCR del Caquetá - parte 1

Escrito por: Yang Nicolás Reyes

Fotografía de: Yang Nicolás Reyes


Los ETCR o Espacios Territoriales de Reincorporación y Capacitación son estos territorios que surgieron con la firma de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC EP, y que pretenden ser lugares donde los antiguos combatientes de la guerrilla de las FARC puedan capacitarse en oficios varios y de esta manera readaptarse a una vida civil lejos del conflicto.


Algunos de estos espacios son de carácter temporal mientras que otros se proyectan a convertirse en centros poblados en los que los firmantes de paz puedan convivir con sus familias, sin el miedo de abandonar los espacios a los que estuvieron habituados y con la oportunidad de establecer proyectos económicos, dependiendo de las cualidades de la tierra, la demanda del sector y la visión de los habitantes.


Actualmente en Colombia se pueden encontrar 24 ETCR por todo el territorio nacional, habiendo departamentos donde se evidencia mayor número o al contrario ninguno. De estos 24 ETCR, 11 puede que sean trasladados, teniendo un carácter temporal, mientras que los otros 13 son los que pueden considerarse asentamientos estables y que no están sujetos a ser reubicados (ARN, 2019).

En la región de la Amazonía hay cinco ETCR, delegando al departamento del Caquetá, específicamente dos centros poblados, uno en inmediaciones del municipio de Montañita, al que se conoce como Agua Bonita, y el otro en uno de los territorios claves para entender la historia de las FARC, El Pato, o al que se conoce como Miravalle.  Ambos tienen el objetivo de volverse asentamientos oficiales donde se den espacios de convivencia para los firmantes y sus familias.


Lo que contare acá es mi experiencia en los dos ETCR que se encuentran en el departamento de Caquetá, un territorio donde converge la Amazonía con la cordillera oriental, y que, por esta unión se produce un espectáculo en lo que respecta a flora y fauna. Pero que por razones de la guerra en Colombia, solo se ha asociado con su devenir en el conflicto armado. Lo plasmado acá son opiniones superficiales y no pretenden ser una muestra total de la realidad.

 

Agua Bonita

Al Caquetá volví en julio de 2023, ya había pasado por Florencia [1]y los alrededores en el 2011 cuando la situación de orden público hacía imposible moverse más allá de su capital. Sin embargo, en esta ocasión, aprovechando la calma que había traído el proceso de paz, la meta sería conocer lo que el tiempo permitiera.


Por la vía que conduce de Florencia, capital de Caquetá hacia San Vicente del Caguán, minutos después de pasar Montañita, se ve una entrada algo rudimentaria en el costado izquierdo de la vía, esta conduce a el centro poblado de agua bonita. A este centro poblado llegamos en la noche, la subida desde la principal hasta el ETCR era por una trocha empinada poco propicia para desarrollar velocidad, y que terminaba en un pequeño asentamiento con escasas luces que lo dejaban en evidencia.


Fue poco lo que se pudo ver de noche, casas pintadas con grafitis que hacen alusión a personajes célebres de la guerrilla, una que otra tienda y las personas haciendo su vida social en los espacios públicos. En cuanto a nuestro hospedaje se puede decir que estaba retirado del centro poblado, eran unas cabañas hechas en madera plástica y que apuntaban a un lago donde en toda la noche se escuchó el cantar de las ranas y el viento retumbando en los árboles [2].


El día siguiente fue propicio para conocer más de la vida de los firmantes. Temprano salimos con Laura [3], una muchacha que era novia de un antiguo combatiente y que, al momento se encargaba de dar recorridos turísticos en las montañas, guiando a los visitantes por senderos y cuevas que fueron lugar de tránsito en los años de guerra, con actividades principales que se ofrece a quienes quieran venir a conocer este proyecto como es el senderismo y el avistamiento de aves.


Por el otro lado, hay un aspecto más inmersivo, si así se puede llamar, y es un recorrido por el centro poblado donde se muestran las iniciativas económicas y culturales, como el restaurante, la fábrica textil, un complejo agroindustrial enfocado en la piña, la biblioteca y la cancha de fútbol. Todo este recorrido siempre es acompañado por los guías, introduciendo al visitante con los firmantes, quienes no tienen problema en parar su labor para compartir una bebida. Así se puede tener un acercamiento más empático con las personas y con sus distintos proyectos [4].


En medio de estas conversaciones conocí a Karime, una mujer de unos cuarenta años, oriunda del Vaupés y que se había enrolado en la guerrilla con escasos 11 años. Motivada a buscar venganza contra los paramilitares que habían matado a su familia, en sus años de lucha llegó a tener un puesto de mando, del cual, aún se notaba en su voz y actuar. Karime cuenta que fueron casi veintiocho años sumergida en el conflicto, experimentando la muerte de cerca y viendo a sus seres queridos caer de lado a lado, por esto dice, que en el momento en que la paz se mostró como una opción, no lo pensó dos veces, ansiaba tener al hijo que ahora le saca canas y quería dedicarse al estudio y trabajo comunitario.


El ETCR le presentó esta oportunidad, aquí podía tener un techo donde criar a su hijo, era un ambiente sano alejado de un mundo desconocido y maleable como puede llegar a ser la ciudad. En el centro poblado tenían la opción de capacitarse como técnicos en varios campos o desplazarse a la ciudad para adelantar una carrera profesional, de igual manera, el ETCR servía como centro de reunión para varias ONG donde podía capacitarse en temas de género y liderazgo.


Karime se mostraba satisfecha con la vida que estaba llevando, tenía una familia, educación y tranquilidad; no obstante cuenta, no fue fácil la transición de las armas a la vida civil, los primeros días se sintió como mosca en leche, pero al presente, parece estar convencida de lo que escogió, y decide apostarle a la paz en su día a día.


“Eso fue muy berraco, yo recuerdo ver muchachos que lloraban cuando les tocó entregar las armas, y es que es duro porque uno toda la vida confiándole la vida a esos aparatos y el respeto que daban.  ¡cierto!  de la nada tener que dejarlos, uno se siente como desnudo, ya después viene una incertidumbre y lo más arrecho fue ver, que a varios de esos compañeros que uno motivó y convenció a dejar las armas, después amanecieron por ahí totaseados [5] a la orilla de la carretera.


Imagínese después de uno estar toda la vida en eso uno no sabe hacer nada más, es muy duro dar a la compañera (arma) así como así, pero ya nos metimos en esto y toca apretarle y confiar que todo se va dando, vea a pesar de todo eso que haya pasado acá seguimos trabajando”

Al día siguiente y con la mira puesta en El Pato nos despedimos de todos nuestros anfitriones, no sin antes buscar que estos nos pudieran referenciar y contactar con la gente del ETCR de San Vicente del Caguán. A pesar de que no había noticas que preocuparan, las disidencias del E.M.C. (Estado Mayor Central) ejercían una fuerte presencia en la zona, un carro desconocido siempre es motivo de sospecha, por lo que Karime nos ayudó a organizar nuestra visita a este territorio sin ser vistos como un elemento de desconfianza.


Continuará...


Referencias

[1] Capital del departamento de Caquetá.

[2] Biblioteca comunal

[3] Nombre cambiado por seguridad

[4] Proyecto agrícola con la piña

[5] Expresión que hace referencia a persona abaleada

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