“Mucha vaina arrecha cuñao”
Actualizado: 8 feb 2021
Laura Rojas Polania
“A mi me gusta mi llano y sus tradiciones. Me gusta enseñarles a los turistas nuestro patrimonio. El mejor día de mi vida fue el primer recorrido con clientes. No podía creer lo que estaba haciendo” Eliana Gualteros, joven guía turística de la región.
Esto es mucha vaina arrecha, le diría Seudiel Galteros a sus vecinos sobre lo que está pasando, pero se siente temeroso de visitar a alguno y que no lo reciba bien, pues de pronto pueda creer que tenga el virus debido a que su última guianza fue hace unos días con extranjeros.
“Seco” es guía local hace cuatro años de empresas dedicadas a ofrecer turismo en zonas aledañas a San Luis de Palenque y Trinidad, quienes también le mandan viajeros al Rancho El Llanerazo, su casa, que adecuó como museo para que lo visiten familias y estudiantes.
En su caso, esta actividad le abrió un nuevo camino; se había vuelto un trabajo estable, pensaba que lo tenía seguro. Seudiel veía que las cosas estaban en su máximo esplendor, por eso nunca se preparó para alguna emergencia. No se le ocurrió que el mundo pudiera quedar en stand by. Nunca algo así se había visto en su pueblo, ni a su alrededor: “Ahora estamos nadando en lo seco, todo se opacó”, dice.
Aproximadamente desde el 2015, una época también con dificultad económica para el departamento por la caída del petróleo, nació la oportunidad para el turismo. Se pensaron iniciativas para generar nuevos sectores económicos de tal manera que cuando terminara la explotación de este recurso no renovable, se contara con una economía más diversa. Por eso, y de la mano del Clúster de Turismo, se posicionó a Casanare como el nuevo destino de naturaleza del país.
“La experiencia ha sido positiva. Del 2019 a este año hemos crecido al 300 por ciento de turistas. Recibimos 3.000 extranjeros el año pasado principalmente del mercado internacional. Ahora con la pandemia vamos a tener un pare”, explica Horacio Wilches, mánager del Clúster de Turismo de Naturaleza de Casanare.
En este momento hay a disposición 30.000 hectáreas para avistar fauna silvestre en estado salvaje en hatos ganaderos y Reservas de la Sociedad Civil. Estas propiedades pertenecen a personas del ámbito privado que tomaron la decisión de conservar el territorio y no cederlo a la agroindustria y el sector de hidrocarburos, además para generar un ingreso adicional. La meta al 2025 es llegar a 100.000 hectáreas que se dediquen a la conservación y crear nuevas experiencias en el destino.
Por esto, Casanare ha sido reconocido por medios internacionales como un destino emergente e imperdible en Suramérica para los amantes de la naturaleza. No obstante, el turismo en el mundo entró en temporada baja obligatoria desde hace más de dos meses.
Lo que implica que empresas que generaban trabajo en la región ya no lo van a generar y que personajes como el Gran Llanerazo haya tenido, por fuerza mayor, de dejar entonar por estos días “hui pi pi ”, el grito criollo que usaba con sus compañeros para despedirse de los visitantes que acompañaba.
Actividad paralela
Amparo Duarte y Víctor Salazar rondaron con suerte porque alcanzaron a trabajar casi toda la temporada. Es el verano la época con mayor afluencia de turistas, pues en invierno solo se ven pasar los carros en el televisor.
No cualquiera se pega el viaje a este destino remoto. Los que visitan su hato saben a qué van y están enfocados principalmente en la biodiversidad, explica Amparo.
Víctor, su esposo, aceptó trabajar la finca que heredó de su padre en vez de estudiar. “Escogí la finca por la costumbre de vivir en el campo. Esto es un patrimonio y lo valoro. Hemos tratado de trabajar con la ganadería extensiva. Desde que empecé a tener más autonomía de manejar la tierra, se dio la posibilidad de constituirla como reserva”, cuenta.
Las primeras experiencias de turismo surgieron con la Fundación Cunaguaro durante este proceso. La idea, además de no acabar con el ecosistema natural por la tentación de sembrar arroz o palma africana, era hacer más visible la región. En ese momento surgió el interés por parte de grupos de académicos de conocer su finca Buenaventura; entonces esta pareja de esposos vio la oportunidad de ampliar sus actividades y ofrecer un servicio para el avistamiento de fauna guiado por ellos mismos.
Geiler Vargas es uno de los operadores que lleva clientes a su finca. De hecho, fue él quien muchos años atrás les recalcó la especialidad de las lagunas, los bosques y los morichales que están en su predio. Entre los tres se encargan de difundir su encanto por el ecosistema y para los tres la actividad venía representando un ingreso significativo y una evolución en su calidad de vida.
A pesar de que el núcleo familiar de Amparo y Víctor no sobreviven exclusivamente del turismo; su actividad alterna, la ganadería, se encuentra también estancada. Según cuentan, en una finca no se siente tan dura la cuarentena. En estos momentos, más que nunca, se sienten recompensados de tener el privilegio de pasar el aislamiento lejos de estructuras rectangulares y distraerse con las actividades de llano que aún siguen. Sin embargo, no descartan la opción de que el turismo tarde en regenerarse y de la necesidad de pensar en otra actividad mientras se recupera la situación.
La incertidumbre es un sentimiento generalizado por estos días. Todos tenían una expectativa alta frente al proceso que se estaba construyendo. Todo se congeló sin saber hasta cuándo se abrirá paso para que la gente pueda viajar y no tenga miedo para hacerlo.
Adaptación a la realidad
Si fuera cuestión de decidir, Geiler seguiría dedicado a robustecer su empresa. No va a desistir del turismo porque piensa que es dinámico y tarde o temprano las personas van empezar a moverse. Ha sido él quien poco a poco, por sus esfuerzos y apoyo del Clúster y de la cooperación internacional, se ha dado a conocer por medio de varias agencias de viajes. El año pasado vendió directamente su primer paquete a unos italianos que visitaron la región con la única intención de ver serpientes.
Geiler maneja las redes; ofrece los paquetes turísticos; apoya la parte contable; hace guianza, casi que está involucrado en toda la operación. En las temporadas movidas ha tenido que contratar a otros guías para que lo apoyen. Estaba muy emocionado de poder generar trabajo, pero con esta pandemia se le estancó todo. Tuvo que cancelar varias reservas, algunos planes para el invierno y una travesía a caballo por cuatro días con clientes nacionales.
“Yo estaba en Altagracia con un señor de la India buscando una anaconda. Cuando llegué al pueblo prendí el televisor y vi la noticia sobre el decreto que prohibía los eventos con más de 50 personas. Me asusté. Mi esposa me dijo: no recibamos más clientes.”
Su empresa, Vaqueros del Río Pauto, ya está legalmente constituida y con la ilusión de que siguiera en vuelo. Había incluido a su esposa dentro de la nómina. Como no hay plan B ahora le toca ir a averiguar si es verdad alguna de las ayudas que ha anunciado el gobierno. Su preocupación es que tiene hijos pequeños y paga arriendo, por eso sabe que tiene que buscar qué hacer este año. Ya les dijo a sus colegas del Clúster que si saben de algo lo tengan en cuenta.
Una de ellas es Laura Miranda, fundadora de Fundación Cunaguaro, quien ha sido muy reiterativa con la comunidad con la que trabaja, que el turismo no puede ser la actividad principal, ni la única que desempeñen.
“A los que tiene finca les digo que no dejen de ser ganaderos o agricultores. Integrar su día a día al turismo es parte de este trabajo”, explica.
Los más afectados en el sector por la situación sin duda son las familias cuyo ingreso dependía exclusivamente de esta actividad. Ahora, la opción más posible para los criollos que quedaron sin oficio, es ensillar un caballo para trabajar llano.
Nadie sabe aún lo que pasará.
Por eso, Geiler ya entró en fase de resignación y está en la búsqueda de una finca para alquilar porque sabe que esto va para largo. Una tierra para criar marranos y gallinas, sacar su leche; y mientras, trabajar en casa porque lo importante ahora es sostenerse.
Bondades del turismo
Se pueden mencionar varias razones para seguir creyéndole al turismo en la región: la generación de empleo o la creación de eslabones en la cadena de valor. Para Eliana Gualteros, una joven guía turística de la región, la razón más que económica es personal. “A mi me gusta mi llano y sus tradiciones. Me gusta enseñarles a los turistas nuestro patrimonio. El mejor día de mi vida fue el primer recorrido con clientes. No podía creer lo que estaba haciendo”. Parte de su aprendizaje ha sido a través de la observación de su padre, el Gran Llanerazo, quien le ha enseñado a elaborar cabestros, rejos y hasta campechanas. Ahora entiende porque su papá ama tanto el trabajo.
Ella, junto a otro de sus compañeros de la reserva en la que trabaja, hizo un curso ofrecido por la Fundación Cunaguaro para formación de guías turísticos, donde aprendieron los nombres científicos de los animales que toda la vida han visto y con los que han hasta convivido. “Nosotros los llaneros si necesitábamos algo lo íbamos bajando. Ahora he tomado mucha conciencia con los animales y me gusta darlo a conocer a los demás, inclusive a los mismos del llano”, dice Edgar Guina.
Los que viven de esta actividad saben que están en un lugar muy especial. Se han vuelto más sensibles al medio ambiente porque esa es la base de su trabajo y quieren mantenerlo.
Proyectos de conservación como el que lidera Corocora Camp, un campamento safari, ha logrado que turistas que visiten el proyecto admiren el potencial de este destino y reconozcan la importancia de aportar para que el turismo de naturaleza sea sostenible y contribuir con sus viajes al desarrollo de programas de educación ambiental, restauración de ecosistemas y monitoreo de fauna silvestre, que benefician en general a la comunidad.
Estos resultados han causado que las personas aprecien más su entorno, se sientan orgullosos de ser lo que son y no quieran cambiar su estilo de vida. En el caso de estos llaneros el turismo los ha transformado, en especial compartir con gente que se sorprende con en el paraíso en el que viven; es encantador ver la cara de asombro de los turistas con cosas que para ellos son cotidianas. “Transmitir esa alegría me parece muy elegante”, concluye Edgar.
A pesar de que existe alguna luz al final del túnel con posibles reservas para enero de 2021, aún no hay nueva fecha en el calendario de estos criollos para que su corazón palpite aceleradamente cuando en las sabanas, en compañía de los guates que los visitan, viven ese único momento de avistar un animal en libertad.
Solo queda cruzar los dedos para que todo pase rápido y para que cada uno de los que le ha apostado a que la cultura llanera viva, resista a la quietud.
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