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Foto del escritorMaría Fernanda Alarcón

Susurros estridentes: voces desde el llano silencioso

Actualizado: 8 feb 2021


No había tiempo para llorar. ¿Llorarle a quién? ¿A las autoridades? No, fueron los que

provocaron el dolor. ¿A la policía o militares? Tampoco, fueron los cómplices. ¿Al gobierno?

No existía.

María Fernanda Alarcón

La guerra en Colombia se ha convertido en una realidad tan frecuente dentro de la narrativa

colombiana que es incluso un tema que roza lo científico y se explora desde la sociología de

la violentología hasta los estrados del juicio. Es así como surge la pregunta de si vale la

pena seguir escarbando en las memorias del conflicto. Es en ese ejercicio donde explotan

las preguntas: ¿Hemos escuchado bien la memoria de la guerra?, ¿Es posible enunciar

algo más?, ¿Hay alguien que todavía quiera hablar?, ¿Es válido seguir desentrañando la

memoria dolorosa del pasado?


Ahí, en el vacío de las incógnitas, alguien pide la palabra: el Llano.


Polifonías del dolor:


Mapiripán, 1997.


Fueron cinco días. Enteritos, eternos. Del 15 al 20 de julio exactamente. Y qué curioso,

porque mientras el país celebraba por lo alto la ilusión de la independencia, nosotros

reconocíamos con estupor el golpe seco del dominio de la violencia. Mientras en la capital

habían desfiles de uniformes y tanques, nosotros salíamos en una estela de muerte a

buscar nuestros muertos. Cuando los había, claro está. Unos se fueron por el río Guaviare,

otros quedaron enredados en las raíces de las fosas comunes.

Había comenzado el 15 de julio en la madrugada, según recuerdo. Llegaron cerca de 100

hombres que rodearon por completo el pueblo. Ese día ni el alcalde, ni los funcionarios

estaban presentes. De repente todo eran gritos toscos, guturales.


-¡Arriba todos, pueblo de guerrilleros!-


-¡Partida de hijueputas, vamos a purgar a todos estos colaboradores!-


-¡Aquí lista en mano tenemos a los guerrillos!-


“Guerrillero, desértate y te respetaremos la vida”,decía el grafiti de una casa.


Los gritos se confundían con los sonidos de los fusiles, con el ruido de las botas chocando

con las puertas de las casas para sacar a los recién levantados por el despertador de la

muerte. El sonido de los camiones aparcando. Se oían por los radioteléfonos órdenes

simples y claras. Había una lista. Así los iban llamando. Colaboradores, sapos, así les



 

1 Estudiante de Literatura con Opción en Periodismo de la Universidad de los Andes. Correo:

mf.alarcon@uniandes.edu.co


 

decían. Era una sinfónica de la muerte, una sinfonía macabra que sirvió de banda sonora en

esta masacre de Mapiripán.

Ese 20 de Julio, cuando ellos se fueron, la gente salió como de madrigueras a buscar a los

suyos. No había tiempo para llorar. ¿Llorarle a quién? ¿A las autoridades? No, fueron los

que provocaron el dolor. ¿A la policía o militares? Tampoco, fueron los cómplices. ¿Al

gobierno? No existía.Tal vez en el desfile militar de la capital, aquí no. No hubo tiempo para

el duelo, eso había que dejarlo para después. El procedimiento era simple: buscar, recoger,

enterrar, huir. A dónde fuera.


Yo me fuí. Me tuve que ir, no podía seguir.


Sé que volvieron. O más bien, que se quedaron. Se establecieron.

No puedo más. No puedo recordar más. Me es difícil hablar, después de todo, siempre me

pidieron callar.


***


MASACRE EN MAPIRIPÁN


Periódico El Tiempo, 22 de julio, 1997.


Un grupo de cien hombres armados con prendas militares incursionaron a Mapiripán del 15

al 20 de Julio. Durante este tiempo ejecutaron selectivamente a los habitantes de este

municipio ubicado en el departamento del Meta.


TERROR EN MUNICIPIO DE MAPIRIPÁN


23 de julio, 1997.


Según diversas fuentes de la zona, un grupo de paramilitares pertenecientes a las

Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá y las Autodefensas Campesinas de Colombia,

hicieron presencia en el territorio. Con lista en mano, hicieron allanamientos y asesinatos

selectivos con el motivo de coartar la presencia guerrillera. Hasta el momento no se conoce

el número exacto de muertos. Sin embargo, cerca de 200 personas han abandonado la

zona por vía terrestre, aérea o fluvial, por temor a una nueva embestida del grupo

paramilitar.


***


Nací en la cordillera oriental, en la vasta región de la Orinoquia. Mis recorridos son

extensos, puedo ir perfectamente hasta el río Orinoco, cruzando las fronteras de dos

naciones. Soy un errante, un nómada. Desde las alturas parezco una especie de vena, de

conducto vital que atraviesa la zona y delimita la basta Orinoquia con la imponente

Amazonía. Soy un testigo silencioso pero recio y vehemente del devenir de estas tierras.

Desde los Nukak y los Piapoco, hasta los colonos del caucho y la ganadería. Soy una

suerte de gran hermano que todo lo ve.


Pero esos días de julio del 97 mi cuerpo se llenó de sangre, mis orillas de chulos. Me estaba

atragantando de muerte y ni siquiera lo sabía, no lo digería muy bien.

De repente dejé de ser un gran observador, y pasé a convertirme en un esclavo del

mutismo de la muerte. No pude hablar, mucho menos gritar, sólo tenía que seguir mi

camino con una carga especial. Desaparecer. Ahogar. Esa fue la misión impuesta.


Uno a uno los fui recibiendo en pedazos, calientes aún, recién salidos del filo del machete y

el humo de la metralla. Los acogí como pude, me intoxiqué de su sangre y los fuí

despachando.


Tiempo después caí en cuenta que me había convertido en una gran fosa común líquida. 22

años han pasado desde entonces. Mis 1.497 kilómetros de longitud cargan con el peso de

esos restos que se desintegraron en mí. Mis aguas color café sirven de cortina de humo

para lo que llevo adentro. Dolor, impunidad, abandono.


Llegará el día en que mis aguas cobren justicia. Entretanto, sigo mi camino, cosechando

peces, aguantando muertos.


Memorias de paramilitarismo:


En Mapiripán la sevicia no tuvo límites. El 12 de julio de 1997 el Bloque Centauros de las

Autodefensas Unidas de Colombia, bajo órdenes de los líderes del grupo paramilitar la Casa

Castaño y alias Salvatore Mancuso, aterrizaron en el aeropuerto de San José del Guaviare.

Se trataba de dos aviones cargados con integrantes de las Autodefensas Unidas de

Colombia (AUC) listos para la ofensiva. Desde ahí, partieron rumbo a Mapiripán en

volquetas y lanchas.


Pobladores fueron sacados en las noches de sus casas. Campesinos salieron desplazados.

La cabecera urbana y rural quedó destruida y asolada. La incursión fue el comienzo de un

plan ambicioso cuyo objetivo era apoderarse de la región para controlar el narcotráfico pero

además, para instalar un proyecto de colonización de palma aceitera en la región. Hoy día,

tras años de zozobra e impunidad, se sabe que las AUC actuaron en complicidad con las

Fuerzas Armadas, quienes permitieron a este grupo armado llegar a la zona con total

tranquilidad y respaldo logístico. Además, colaboraron en la selección de las víctimas. Por

ejemplo, un reporte del portal periodístico “Rutas del Conflicto” expone que algunos

miembros de las Autodefensas Campesinas del Meta y Vichada se hicieron pasar por

guerrilleros pidiendo ayuda para así ir formando listas de presuntos colaboradores.

Las autoridades y las Fuerzas Armadas llegaron a la zona el 23 de julio, ya cuando la

población había empezado a huir y se iniciaba la búsqueda infructuosa y durante muchos

años inútil, de las víctimas mortales de aquella fatídica semana de julio.


***


Esta masacre da cuenta de la entrada brutal de grupos paramilitares a la zona. No obstante,

la historia de las autodefensas en dicha zona se remonta a mitades del siglo XX, con la

formación de grupos antiguerrilla entrenados por el propio ejército, que buscaban darle

oposición a lo que quedaba de grupos de guerrilleros.


El anterior proyecto dejó una semilla para lo que sería la conformación de los grupos

paramilitares en la década de los 80. En ese momento, confluyeron dos actores

fundamentales: los esmeralderos y los narcotraficantes, cada uno con un ejército privado.

Estos últimos empezaron a efectuar grandes compras de terrenos en la zona, lo cual

empezó a chocar con los procesos de restitución de tierras que se llevaban a cabo con el

Instituto Colombiano de Reforma Agraria. Sumado a esto, en los Llanos se empezó a formar


el grupo “Los Masetos”, heredero de la estructura Muerte a Secuestradores (MAS), el cual

actuó en complicidad con el ejército; especialmente con la sección de caballerías, “Guías

del Casanare”, de la Brigada Séptima


Con la llegada de la Unión Patriótica empezó la arremetida contra el partido que había

surgido en el proceso de paz de Belisario Betancur con la guerrilla de las Fuerzas Armadas

Revolucionarias de Colombia (FARC). Con esto, se incrementó la guerra entre guerrilla y

grupos contraguerrilla, los cuales en ese entonces aún no se identificaban plenamente.

Como consecuencia, para mediados de los ochenta la zona estaba completamente

militarizada.


En este contexto se dio paso a una tercera ola paramilitar. Se empezaron a formar grupos

en la zona, como las Autodefensas Campesinas del Casanare, lideradas por el hacendado

Héctor Buitrago. Fue con la masacre de Mapiripán que se asentaron en el Llano las

Autodefensas del Magdalena Medio, encabezadas por los Castaño.


Construcción de memoria:


MASACRE DE MAPIRIPÁN, LA SEXTA QUE SE PRESENTA EN EL AÑO


El Tiempo, 18 de diciembre de 2018.


“Condenamos el asesinato de seis personas en Mapiripán, Meta”-Pronunciación del


presidente Iván Duque vía Twitter.


Y de repente, todo vuelve. A pesar del dolor imperecedero que se mantiene en el aire tras

más de 20 años de masacre, la violencia vuelve, arrecía como un monstruo que no se

calma. Leer los titulares y darse cuenta de que todo vuelve sobre sí mismo y que el horror

se repite en un espiral que no respeta memoria ni tiempo.


“Aquí la tranquilidad es incierta, porque incluso tras un proceso de paz encima, la violencia

vuelve a arremeter con brutalidad valiéndose del olvido”.


“¿Contarlo? Claro, hay muchas maneras, de esto se ha escrito mucho, de lo que ocurrió, de

nosotras las víctimas, pero dígame, ¿quién está dispuesto a escucharlo?"


Muy a pesar de sí misma, Mapiripán ha intentado reconstruirse a pesar del lastre que la

violencia dejó en los cuerpos de sus habitantes. Sin embargo, los grupos armados que

surgen del vacío del Estado y del torpe cumplimiento de los acuerdos, arremeten contra la

población, rememorando con balas y sangre lo ocurrido en esos asfixiantes días de julio. La

deuda con esta población abarca todos los ámbitos: sociales, económicos, políticos y de

seguridad. Sin lugar a dudas, la base para esto radica en hacer un proceso retrospectivo de

memoria colectiva, que permita aceptar lo ocurrido en medio de la narrativa nacional y

entender la importancia del papel resiliente de las víctimas. Mientras eso sucede, la voz de

Mapiripán seguirá luchando con creces por superar con el grito de la verdad el silencio

anestesiado de la noche.

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